LEO VICENT

La Venus de Willendorf, la madre primigenia, es inseparable de la carne de reno y las oscuras cavernas del primer arte que conocemos, el rupestre. Ella era la desolladora de las piezas de caza, la partidora de huesos, la afiladora de cabezas de lanza bajo la aceitosa luz del invierno. Su hombre estaba flaco de correr, era puro nervio y tendón al acecho. Su hombre debía tener con ella la relación que conocemos entre ciertos peces hembra y sus machos.
El Símbolo ha contado, ha dibujado, desde un tiempo anterior al tiempo mismo, como un telar donde se teje la historia del hombre, de su tribu, del clan, las formas de la vida. La simbología habla, en un plano muy sutil, en clave. La verdad y lo inefable se expresan mejor en el lenguaje de la poesía y el símbolo. El aluvión de imágenes que forman los mitos de la diosa y los símbolos mismos, la cueva, la copa, la luna, la Reina, todos pertenecen a la Tradición Universal revelada. El símbolo al hablar en un plano intuitivo, no racional, habla quizá más sobre las verdades, porque lo que se puede decir no es verdad. La mujer que encarna en si fuerzas contrarias e intuitivas es la guardiana de los misterios. La naturaleza misma de la mujer, cíclica, su poder de concebir y alumbrar vida es uno de los caminos entre lo conocido y lo desconocido. Es como si la esencia femenina, el Sagrado Femenino, fuera como un fluido que elimina la distancia entre lo que es visible, la realidad cotidiana, y lo misterioso, invisible y necesario. Más necesario hoy que se ha perdido el sentido de lo Sagrado. Para conocer ese Sagrado Femenino, para acercarnos a la Sophia Perenne, nos valemos del Símbolo, porque, no lo olvidemos, el siglo XXI será femenino o no será.

EL AUTOR

Leo Vicent es pintor, escritor, conferenciante, director del podcast «Horizontes Perdidos», maestro de esgrima, noble viajero y discípulo aceptado de la más antigua tradición marcial de Japón, Katori Shinto Ryu.
Es autor de los libros «El Arte del Desafío», «La Piel Hambrienta» y «Roma Subterránea».
Sabe que para que todo el Universo quepa en doscientas páginas es necesario desechar lo que sobra: Mundos lejanos, ciudades perdidas, galaxias remotas…Hay que quedarse con lo esencial: con las grandes pasiones que llenan el pico de las aves y los símbolos eternos que pueblan nuestros sueños despiertos.